domingo, 12 de julio de 2009

Anticipando la tiranía

La valoración de la intelectualidad como un elemento positivo para la sociedad, es un fenómeno que arrastra la civilización occidental desde el valiente enfrentamiento de los ilustrados a las representaciones del poder absoluto, representado por las monarquías, la religión, el capitalismo y el socialismo. Los auténticos intelectuales, siempre han sido rebeldes con el devenir, se han forjado en la protesta y el desencuentro con la “dictadura de los hechos sobrevenidos”, han sido muy escasos a lo largo de la historia, los intelectuales que han apoyado a las personas, y todavía más escasos los que han apoyado el poder, aunque lo pareciera, y si lo han hecho, siempre ha sido desde el sarcasmo trascendente, desde Maquiavelo o Spinoza hasta Quevedo o Voltaire.

Los intelectuales, desde que Biante de Priena pronunció en el siglo V a.C.la frase: “la humanidad está cautiva”, pasando por la mayéutica de Sócrates, la alegoría de la caverna de Platón, o la influencia de Aristóteles sobre Alejandro Magno, siempre han tenido en mente el buen uso del poder, que no es otro que la liberación de los seres humanos de sus ataduras reales por parte de los que se aprovechan de ellos, sea por sus privaciones culturales o económicas, o por su aplastamiento literal por el consumo de propagandas urdidas por los políticos con la finalidad del engaño, esos parásitos que viven de organizar la vida de los demás, creándose un mundo paralelo de ventajas y privilegios, una clase que usurpa y detenta el poder que les confiere la representación política, en su propio beneficio.

Resulta extraño, por tanto, el fanatismo político que apoya a los personajes por encima de las personas, que confía en los discursos y no en la realidad de los hechos, que se guía por la ratificación y no por la refutación de las palabras de los poderosos, sean Presidentes del Gobierno, Alcaldes, o Presidentes de una Comunidad de Vecinos. Sí, resulta paradójico y contradictorio el comportamiento de Albert Boadella y Fernando Savater, como ayer nos relataba Juan Hernández Les, hermano de Gerardo, uno de los disidentes de UPyD, en un magnífico artículo titulado: “Verdad y Política”, ¿será necesario refutar también a los intelectuales que se adhieren a la insidia y contumacia política de los dirigentes de UPyD?.

Es posible que así sea, antes de pagarles el viaje de ida sin regreso posible, al museo de la infamia política y la intrascendencia, junto con todos los dirigentes de UPyD. Nada mejor que hacerlo sobre sus propias palabras, porque a los intelectuales se les debe exigir coherencia en el mensaje y el discurso, precisamente por no ser políticos, están obligados a fundamentar sus palabras en un pensamiento propio, más allá de la congruencia consumista de decir lo que convenga escuchar al auditorio, para buscar su aplauso y glorificación, tarea reservada a los políticos. Quizás el mejor ejemplo de intelectual pleno y trascendente que tenemos en España sea Gustavo Bueno, que se ha dedicado a refutar el poder político, tanto o más que la estupidez humana, el último erudito español vivo, que ha hecho lo que se espera que haga un intelectual: enfrentarse a la memez, en todos sus ámbitos, sin distinguir si es de la élite o la chusma, eso le convierte en inmortal vivo, una categoría que pocos alcanzan.

Habla Fernando Savater de respetar las reglas, ¿qué reglas, Fernando?, ¿las monásticas o las de la orden del percebe?. Precisamente Fernando, eso es lo que han hecho los disidentes de UPyD, respetar las reglas, pero las fundamentales: los Derechos Humanos, la Constitución Española, La ley de Partidos; los que no respetan esas reglas, amparándose en un reglamento de usurpación que se han confeccionado a la medida de sus ambiciones, son los dirigentes del partido de Rosa Díez. Los buenos son los que exigen el cumplimiento de las reglas fundamentales: democracia, libertad, igualdad, pluralidad, efectivamente, los malos son los que se las saltan para imponer su criterio a los demás en plena impunidad, la Divina Progresista, Gatokan, los palmeros y los serviles.

Te contradices, Fernando, cuando pides respeto a las reglas y en tu obra “Política para Amador” nos has dicho: “El individuo (o sea, cada ser humano concreto, único, irrepetible, distinto a sus vecinos, con su voluntad, su apoyo, sus decisiones…., es el fundamento último de la legitimidad del Estado” (página 108). Y quien dice el Estado, está diciendo los Partidos Políticos que institucionalmente lo regulan. ¿Pretendes conculcar el derecho individual fundamental con derechos colectivos “ad hoc”?. Pero todavía te contradices más cuando en la página 132 del mismo libre dices lo siguiente: “… y es que estos partidos, que no son más que un instrumento para facilitar que todos podamos participar en cierta medida en las tareas de gobierno, terminan convirtiéndose en fines en sí mismos y decidiendo lo que está bien y lo que está mal: todo lo que se hace a favor del partido es bueno, lo que perjudica al partido es malo. Una creencia muy peligrosa que debe ser combatida de tres modos: a) aplicando con toda severidad las leyes y no dejando impunes los delitos de nadie, por alta que sea su situación en la jerarquía política del país; b) procurando relativizar el papel de los partidos políticos, quitándoles privilegios e importancia, no aceptando los mecanismos autoritarios que impiden las voces críticas que hay en ellos, expresar y hacer valer sus opiniones; c) desarrollando otras formas paralelas de participar en la vida pública de la comunidad, como colectivos ciudadanos, asambleas de vecinos, agrupaciones laborales, etc…”. Fernando, te contradices entre lo que propones en “Política para Amador” y lo que haces para defender a Rosa Díez, eso quedará reflejado en la cuenta de resultados de tu biografía, junto con el daño que has causado a UPyD, y a la evolución política de este país. Lo siento.

En cuanto a ti, artista Boadella, tú que has sido “l´enfant terrible” de la política española, especialmente el azote del nacionalismo catalán, tú que te has permitido socavar las raíces mismas del poder para mostrar a todo el mundo su peligrosa perfidia, ahora vas y te descuelgas con consejos de gastronomía política para cocineros de chiringuito playero. Pero vamos a ver, Albert, que te estás haciendo viejo, demasiado viejo y cómodo, en tu exilio bajo las faldas de Madame Aguirre. Tú que has dicho en tu inolvidable obra “Adios Cataluña” algo tan acertado como lo siguiente: “La propia Administración promoviendo la segregación entre ciudadanos. Eso no tenía más explicación que la ignorancia y la insensatez, las dos cosas a un tiempo, que convierten a estos individuos en sectarios y, por lo tanto, en perfectamente inmunes a la autocrítica. La realidad me venía demostrando que me hallaba ante gente cuya conducta estaba más cercana a los aparatos de los regímenes totalitarios que al político humanista de una sociedad democrática” (página 210). Pues precisamente, Albert, es la misma experiencia que han tenido los disidentes de UPyD. ¿Vas a negar a los demás lo que te concedes a ti mismo, Albert?. Reflexiona e infórmate, porque nos jugamos mucho, exactamente todo, Cataluña también, Albert, que mira lo que ha hecho UPyD hasta ahora en esta comunidad sediciosa y comprobarás de que va todo esto.

Definitivamente me quedo con el “loco” de Gustavo Bueno, mi disidente favorito, porque nunca me ha fallado en su coherencia, cuando tuvo que ir contra Franco lo hizo, cuando tuvo que ir contra sus sustitutos, también; guiado siempre por esa magnífica frase de los intelectuales de verdad ante la realidad estúpida: “no es esto, no es esto”. Gustavo Bueno nos saca de dudas, una vez más, en su libro “Panfleto contra la democracia realmente existente” cuando con simpática perspicacia nos deleita a los demócratas: “como decía Bujarin: “en la dictadura del proletariado cabe la pluralidad de partidos, siempre que los que defienden el régimen estén en el Gobierno y los de la oposición estén en la cárcel”, cómo me recuerda al comportamiento soviético la UPyD.

Pero quizás la frase que más afortunada y enigmática que recoge en su obra, sea la de Sieyès, que mantenía un gran recelo por los partidos políticos: “la libertad que se ejerce en el momento de elegir a los representantes, se pierde en el momento en que éstos comienzan a ejercer su poder” (página 227). Para añadir a continuación: “lo cierto es que los programes se componen no por el pueblo, sino por las “aristocracias políticas”, constituidas por las cúpulas de los partidos (a las cuales los individuos acceden por canales necesariamente concretos, individualizados y, en modo alguno, “democráticos”). En este sentido, una democracia parlamentaria se nos manifiesta de nuevo como el revestimiento ceremonial requerido por una sociedad de mercado en la que el pueblo ha de ser cómplice, y no sólo víctima de los programas de unas “aristocracias” que necesitan el consenso que pueda encubrir la falta de acuerdo” (página 232).

Unas últimas palabras para aclaración de contenidos, en una organización predemocrática como UPyD, la distribución del poder se ha realizado exclusivamente por designación de la cúpula dirigente, que ha sido rápidamente ratificada por los palmeros del club social del consejo político (tras extinción natural o interesada del 75 % de los fundadores), en los que sus ambiciones personales pesan más que su afán de servicio a los demás, a la democracia y a la libertad. Pero no han sido aprobados por otras facciones del partido que se han terminado yendo, de forma más o menos discreta, o han presentado batalla al ver sus derechos conculcados por la cúpula dirigente, que por su poder de designación han determinado quienes serán los elegidos para la representación de su partido, más allá de la voluntad democrática de todos los que lo forman.

Para quien no lo acabe de entender lo que ha hecho Rosa Díez y la cúpula dirigente de UPyD, es el mismo procedimiento que han utilizado los dictadores como Franco, Pinochet, Fidel Castro, Hugo Chávez, o recientemente el hondureño Zelaya, dar un Golpe de Estado (en este caso de Partido), considerando que la democracia es innecesaria, porque ellos, en su propia persona, pueden representar mejor los deseos y necesidades de su pueblo (sus seguidores); para nada necesitan la pluralidad realmente existente, porque ellos (los líderes) saben perfectamente lo único que conviene al futuro de todos los demás, representado en un pensamiento único, el suyo.

Pero entonces no estamos hablando de democracia, sino de autocracia, y lo que no cumpla reglas democráticas, por mucho que se haga con la mejor de las intenciones, es anticipo de la tiranía que vendrá, por muchos congresos amañados que se hagan, UPyD ha demostrado que es un instrumento inútil para lograr la regeneración democrática, puesto que desde la degeneración no puede surgir ninguna regeneración posible de la democracia, sino su extinción definitiva.

He dicho, Señor Presidente, como portavoz del silencio de los demócratas, a los que he decidido representar en esta ocasión, a título voluntario, como una más de todos ellos, espero que sepan disculparme si me he equivocado.

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